¿Qué vas a hacer el resto de tu vida? (Reseña de Cosas pequeñas como esas de Claire Keegan)

 ¿Qué vas a hacer el resto de tu vida?

Sobre “Cosas pequeñas como esas” de Claire Keegan

Por Paloma Morera


“Pensó en Mrs. Wilson, en su bondad cotidiana, en cómo lo había corregido y alentado, en las pequeñas cosas que había dicho y hecho, y en las que se había negado a hacer y a decir, y en lo que debía haber sabido, las cosas que, sumadas, equivalían a una vida.”

No debo ser la única que frecuentemente se encuentra desorientada cuando se le hace un hueco de tiempo en el día. Al armarse estos espacios temporales que son muy cortos para hacer alguna otra cosa que tenemos almacenada en nuestra lista de pendientes, más de una vez, terminamos realizando aquellas acciones que coloquialmente llamamos “hacer nada”. Me refiero por ejemplo a mirar el celular o prender la televisión para hacer zapping. Ante esta problemática cotidiana, me propongo presentarles la nouvelle de apenas 96 páginas “Cosas pequeñas como esas” escrita por la multipremiada irlandesa Claire Keegan, historia que, paradójicamente, vislumbra la relevancia que pueden tener las cosas pequeñas, tales como esta escueta nouvelle.

La autora publicada por The New Yorker en el 2010 y ganadora de reconocimientos como el Premio Davy Byrnes, como suele acostumbrar, nos presenta una historia con un estilo realista, situada en una Irlanda rural y católica de la segunda mitad del siglo XX, contexto en el que ella estuvo embebida durante la primera parte de su vida. Este escenario, explorado también en su anterior “Tres Luces” (2010) desde el punto de vista de una niña, se relata en este caso a través de Bill Furlong, un esposo y padre de cinco hijas que trabaja vendiendo carbón y madera. Todo el sentido de su vida lo tiene muy resuelto: el vive para encarnar lo que él cree que es ser un buen hombre, un buen padre, un buen trabajador y un buen cristiano, esforzándose día a día y contemplando las pequeñas escenas que lo rodean. Sin embargo, existen otras pequeñas cosas como aquellas que se han escapado de los ojos de Furlong, u otras que él activamente ha decidido ignorar, y que empiezan a cobrar relevancia mientras se va acercando la navidad de 1985. “Estaba cerca de los cuarenta, pero no sentía que estuviera llegando a ninguna parte o haciendo ningún tipo de progreso y no podía dejar de preguntarse a veces para qué servían los días”. Esta es solo una de las múltiples reflexiones que atraviesa el protagonista a lo largo de la historia, tratándose de un relato que más que narrar acontecimientos extraordinarios, se ocupa de demostrar la variedad de lupas con las que podemos mirar lo que nos rodea, poniendo en juego dialécticamente el significado de nuestro pasado, presente y futuro. Este concepto es explorado por Keegan con un estilo envolvente e íntimo que le es propio, dando muestras de su habilidad para articular los diferentes elementos que construyen un relato de modo que converjan en una atmósfera total, la cual resulta efectiva para sumergir al lector en una experiencia que se siente verosímil.

Antes que nada, la autora delicadamente selecciona una voz omnisciente para comunicar los acontecimientos narrativos, permitiéndose por momentos sobrevolar la mirada del protagonista sobre la historia y sobre sí mismo, dibujando en la escena reflexiones ajenas a Furlong, así como paisajes que él quizás no alcanza a ver, pero que son funcionales a construir una atmósfera general. Sin embargo, la intención por focalizar en la perspectiva de Furlong es una decisión con la que Keegan se compromete de lleno y que se sostiene en cada pedazo de la nouvelle. “Me interesan las transiciones, la estructura de los párrafos, lo que sucede entre párrafos, esos saltos en el tiempo. Y Furlong, mi personaje central, no es alguien que dice mucho. Es un narrador muy reacio, así que me vi obligada a permanecer dentro de su forma de pensar, sus reticencias. Una novela más larga no se habría adaptado a su personalidad y todo está contado desde su punto de vista, por lo que era mi tarea complacerlo de esta manera, ser educada y respetar su reserva”, cuenta ella en una entrevista para The Booker Prizes, poniendo de manifiesto esa actitud comprometida a la que he hecho mención. Al contar con una narración diseñada a medida del protagonista, la sensación de cercanía en el lector incrementa, pudiendo adentrarnos en cómo aquel percibe, siente y observa. La utilización frecuente de omisiones, de saltos hacia el pasado de Furlong, (llegando a conocer varios aspectos de su infancia en la casa de los Wilson y el impacto que tuvo para él la ausencia de su padre), y de saltos también hacia el futuro, a través de sus imaginaciones y especulaciones, constituyen uno de los nodos centrales para generar el intimismo característico de Keegan.

Asimismo, New Ross, el pueblo donde transcurre la historia, resulta fácilmente visualizable gracias a descripciones casi cinematográficas: “[…] de las chimeneas salía humo que se disipaba y desvanecía en extensos hilos desmelenados antes de dispersarse por los muelles, y pronto el río Barrow, oscuro como cerveza negra, creció con la lluvia”, “las calles parecieron cambiar y cobrar vida bajo largas series de lamparitas multicolores que se balanceaban con el viento, amablemente, sobre sus cabezas”. Este tipo de imágenes son parte fundamental del relato, y se encuentran posicionadas en acertada sintonía con las acciones, diálogos y evocaciones al pensamiento de Furlong, realizando la escritora un trabajo similar al de un curador. 

Por otra parte, “Cosas pequeñas como esas” expresa el realismo de forma más exaltada si es leída con ciertos conocimientos previos respecto al contexto de Irlanda en 1985. La autora realiza algunas referencias sutiles, y otras no tanto, a la realidad de ese momento, en donde el país estaba sumido en una situación económica desfavorable y de creciente desempleo, y existía un gran poder por parte de la Iglesia Católica en los pueblos más chicos. Además, es útil saber del caso de las lavanderías de la Magdalena, sitios en donde miles de mujeres y niñas eran forzadas a trabajar en terribles condiciones y bajo la privación de su libertad, las cuales funcionaron desde 1920 a 1990 y que entonces hacen su aparición en la novela. Así es que el personaje central del relato no solo confiere un sentimiento familiar a los lectores por su armónica construcción, sino porque los hechos que atraviesa, en un sentido simbólico y literal, podrían perfectamente haberle ocurrido a alguien real.

Es así que, desde una óptica general, se puede destacar que todas las marcas de estilo de Keegan presentes en esta nouvelle implican una especial atención a los detalles. Evita la abundancia de acciones y eventos dramáticos, y opta por concatenar escasas acciones, que incluso resultan cotidianas, privilegiando la contemplación y reflexión respecto a su atmósfera. Aquí, la autora parece abogar por la austeridad, develando el poder que pueden tener las descripciones precisas y detalladas para elaborar una obra llamativa, y, como mensaje subyacente, la importancia de las observaciones de estas mismas características para resignificar nuestros alrededores.

El protagonista se ve inmerso en una reconsideración respecto a que partes de la realidad estaba decidiendo, tanto consciente como inconscientemente, recortar para darle un propósito a su vida, y comienza a encontrarse con emociones diametralmente opuestas sobre las mismas cosas que antes parecían tener un perfecto y único sentido. El abordaje de la mecanicidad y automatización que puede invadir a cualquier persona en al apego a hábitos y procesos mentales rutinarios, es correctamente retratado en aquel cambio de perspectiva que atraviesa Furlong y evoca estados perfectamente identificables por el lector, tales como el “hacer nada”, entre otros, siendo entonces esta una de las temáticas que hacen a la novela aún más atrapante.

Desde otro ángulo, podemos observar como esta es también una historia sobre el amor, y como este se pone de manifiesto en pequeños actos, a veces casi imperceptibles. Así se muestra constantemente la relación que tienen aquellos actos de amor que han hecho por nosotros con los que nosotros mismos llevamos a cabo, haciendo evidente la necesidad de revisar el pasado para revalorizar aquellos que pudieron haber pasado desapercibidos y para también transformarlos en nuevas acciones. En Furlong, esto se presenta en sus rememoraciones de lo que han hecho por él su madre y Mrs Wilson, dueña de la casa en donde vivía con la primera, y en lo que siente que le faltó de su padre, pensamientos que trae repetidamente en momentos en los que está indeciso sobre cómo actuar o interpretar lo que se le presenta.

De todas formas, más allá de que se trate de la contemplación de cosas pequeñas como los actos de amor, los comportamientos mecánicos, o la cotidianeidad que tenemos próxima, la autora rescata como todas estas permiten de diferentes formas, tanto positivas como negativas, construir sentidos de totalidad. “Me interesa escribir sobre lo que significa estar vivo, qué es un ser humano y qué se hacen los seres humanos entre sí”, declara ella sobre su intención respecto a la escritura de ficción, y, ciertamente, la logra. Con su elegante habilidad para crear climas que se fundan por el estrecho y preciso enlace entre el mensaje y el discurso, Keegan, en “Cosas pequeñas como esas”, invita, en pocas páginas, a adentrarse en un estado en donde te preguntes ¿qué vas a hacer el resto de tu vida?

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