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¿Qué vas a hacer el resto de tu vida? (Reseña de Cosas pequeñas como esas de Claire Keegan)

  ¿Qué vas a hacer el resto de tu vida? Sobre “Cosas pequeñas como esas” de Claire Keegan Por Paloma Morera “Pensó en Mrs. Wilson, en su bondad cotidiana, en cómo lo había corregido y alentado, en las pequeñas cosas que había dicho y hecho, y en las que se había negado a hacer y a decir, y en lo que debía haber sabido, las cosas que, sumadas, equivalían a una vida.” No debo ser la única que frecuentemente se encuentra desorientada cuando se le hace un hueco de tiempo en el día. Al armarse estos espacios temporales que son muy cortos para hacer alguna otra cosa que tenemos almacenada en nuestra lista de pendientes, más de una vez, terminamos realizando aquellas acciones que coloquialmente llamamos “hacer nada”. Me refiero por ejemplo a mirar el celular o prender la televisión para hacer zapping . Ante esta problemática cotidiana, me propongo presentarles la nouvelle de apenas 96 páginas “Cosas pequeñas como esas” escrita por la multipremiada irlandesa Claire Keegan, histori...

Autobiografía Final: "Patrimonio Anecdótico"

  1 Al principio, padecía subir las escaleras de roble y acomodarme en el piso de arriba. Para mí la casa arrancaba en el alero de entrada y terminaba en el jardín, en la pared de la palmera. Si bien esa extensión en un comienzo también me intimidaba, de a poco logré amigarme con los rincones más oscuros a través de juegos que le agregaban un aire liviano. De hecho, había logrado convertir el rincón que se armaba entre la puerta del garaje y las macetas de orquídeas en lo que bauticé como “mi mundo”. No recuerdo en lo más mínimo de donde saqué esa expresión ni que significaba, ni tampoco que era lo que exactamente hacía en ese “mi mundo”, pero al menos conservo una vaga sensación de tranquilidad y de placer al mirar las orquídeas en sombra. Y de lo que estoy segura es que aquella sensación era algo que no podía sentir por el piso de arriba y sus escaleras de roble. Para mi suerte, hasta los seis años eso no significaba un problema, porque cuando tenía que ir a dormir a lo de mis ...

Entrevista

1- ¿Cuál es tu nombre, ocupación y edad? Oscar, Cerrajero, 66 años.   2- ¿Qué edad tenías en el comienzo y el final de la última dictadura militar? 19 en el comienzo y 25 al finalizar.   3- ¿Cómo se desarrollaba tu cotidianeidad y cómo era tu estructura familiar? Trabajaba en el Correo, y por cuenta propia, vivía con mis padres, jugaba al futbol y estaba de novio.   4- ¿Cuál era tu concepción sobre la forma de gobierno de turno? ¿Eras consciente de que existía un gobierno dictatorial? Sí, era consciente....mis padres eran peronistas, y yo estaba medianamente empapado de política, además era una época donde se leía mucho, se hacían buenos debates, hasta en televisión (cómo el del Padre Mujica por ejemplo)...y el día del golpe, llegué a trabajar y al ver el operativo en el Correo Central, me volví para mi casa....fue muy triste ver a los Militares nuevamente dando un golpe...   5- ¿Qué tipo de información era la que te llegaba en el día a día so...

Autobiografía (2)

  Emma Entre Emma y yo había un conflicto de intereses. Ambas éramos preguntadoras seriales de “¿me das cuando no quieras más?”. No es que no tuviésemos comida propia, pero durante el corto recreo de almuerzo nuestro apetito de pubertas se expandía el triple, e imaginábamos las viandas de nuestros compañeros como la mesa de navidad. La cantidad de sobras que dejaba cada uno de los treinta que éramos en el curso daba margen para que nos armemos un segundo plato, pero, obviamente, todas las sobras no cotizaban igual. La pirámide estaba encabezada por los ravioles con tuco de Rocco. A él no le gustaban mucho, así que optaba por comprarse un alfajor y dejar el plato casi entero para Emma o para mí. Después le seguían los buñuelos de espinaca de Mateo, algún tipo de sanguche de Tito, y cualquier comida que haya sido comprada en el kiosco de Sara, que siempre tuvo muy buena mano para la cocina. A partir del recreo de las diez se desataba la guerra, porque había un pacto silencioso de q...

Carta 2: respuesta a carta de Paloma Feressetian

Señor Diego Maradona,                                        A decir verdad, este mensaje me tomó un poco desprevenido. Ante todo, me alegro de que estes vivo “¡loco!”. Escuché la noticia hace un tiempo y, conociendo tu historia, supuse que ese era el caso. Si bien me parecería interesante conocerte no puedo y no estoy seguro de querer hacerlo. Albergar a falsos muertos es todo un asunto. Primero que todo, en mi casa ya está viviendo George Harrison. Nos conocimos allá por los 90 en un viaje a India. No se si estás al tanto, pero George desde joven, incluso cuando era parte de Los Beatles, practica meditación trascendental. Le ayuda a relajarse, desconectar del mundo y escribir canciones. Yo realizo las mismas prácticas por motivos similares, y desde ese encuentro que somos grandes amigos. Para el ...

Autobiografía (1)

La historia de mis años de primaria era más o menos siempre igual. Se empieza a terminar el verano, arrancan los consejos maternales de “andate a dormir temprano así vas acomodando el sueño”, las compras a último momento de la innecesaria “lista de materiales” y mi mamá estresada porque cada año me crecían las patas un talle más. Lo que implicaba salir corriendo y gastarse el ahorro del aguinaldo en un par de guillerminas carísimas, que no serían más que un disparador para volver a salir corriendo y gastarse el aguinaldo del año siguiente por la misma irritante, e irremediable, causa. Pero más allá de algunos inconvenientes, siempre nos las arreglábamos para llegar al primer día de clases con todo listo… (a excepción del certificado médico, que nunca entregué antes de mediados de abril). Yo no era fácil en las mañanas. No me malentiendan, solía arreglármelas sola para prácticamente todo, pero no podía evitar sentir la frazada como una muralla de la que no podía salir sin protección p...

Cuento siniestro/ de terror: "Los Corredores"

Por lo general, me visto adecuada a la estación del año en que estoy. Durante el verano, las camperas para la nieve y la ropa más gruesa se empolvan en el altillo, y en el invierno, intercambian lugares con los shorts playeros. Estaba en febrero, recién llegada de la costa, por lo que el día de intercambio ya había pasado hace rato, y mi ropa fresca estaba guardada en el placard, lista para usar. Pero esta vez me miré el brazo y tenía puesto el tapado azul que heredé de mi abuela, y, para sumar a mi desconcierto, un cartel de papel con un número en el pecho. Nunca estuve tan abrigada en febrero, salvo por las veces en que tuve fiebre, pero si ese era el caso, lo más probable es que estuviese usando uno de mis sweaters gastados de entre casa, no un abrigo tan formal, y menos aún un número en el pecho. Y, si tuviese fiebre, lo que menos estaría haciendo es estar parada en el medio de una calle, fuera de casa. Y, además, para que quede claro que fiebre no tenía, no sentía ningún tipo de d...